jueves, 20 de marzo de 2014

El precariado

José Manuel Lasierra y Santos M. Ruesga
Artículo publicado en El periódico de Aragón



Los efectos de la crisis y las políticas aplicadas han modificado, ya de forma profunda, la estructura de nuestro mercado laboral, tanto en la cantidad de empleo como en su calidad. Las consecuencias de estas reformas sobre la organización social no van a ser pequeñas y ya se están manifestando en forma de claro incremento de la pobreza y de las desigualdades sociales.

El modelo laboral de la posguerra, en el pasado siglo XX, empezó a resquebrajarse nada más comenzar la salida de la crisis de los años ochenta. Se trataba de un modelo caracterizado por la estabilidad en el empleo, una mejora de las condiciones laborales, en cuanto a horas de trabajo y derechos y garantías en el trabajo y un crecimiento continuado de los ingresos salariales.

El progresivo deterioro de este modelo comenzó a manifestarse con el desempleo masivo, el crecimiento de la temporalidad y los empleos a tiempo parcial o los regulados por la legislación mercantil y no por la laboral. En poco tiempo, estos trabajadores "atípicos" alcanzaron en nuestro caso una tercera parte de la población ocupada. Desde algunos sectores académicos, se consideraba que esa dualidad, entre trabajadores fijos y precarios, era lo que causaba los desajustes en nuestro mercado de trabajo, confundiendo el efecto con la causa. Las empresas no contrataban porque estos trabajadores tenían muchos derechos, se decía, y recurrían a trabajadores temporales, fáciles y baratos de despedir, lo que a su vez, en ese estado de precariedad, les llevaba a no adquirir formación y a enquistarse como una mano de obra poco productiva. Es decir, una especie de trampa de la pobreza en la que cuando caes ahí, te acomodas y no sales de ella. Nuestra percepción de esa dualidad es otra. No contribuía a generar tal desempleo, en tanto que mantenía un importante núcleo de dos terceras partes de la población en trabajos estables, con unas condiciones aceptables. Además, el modelo ofrecía la posibilidad de que los trabajadores temporales pasasen a ese segmento de empleos mejores y más estables.

Foto: Nacho Pérez.

La gran contracción económica del 2008, y las reformas que con ella se han justificado, han roto ese modelo de trabajadores estables con salarios crecientes. Ya no hay un mercado dual, de trabajadores fijos y trabajadores temporales. Hay un único mercado de trabajo con condiciones laborales a la baja en cuanto a estabilidad, jornada, cantidad de horas y su distribución, condiciones de trabajo y salarios. La idea de precariedad en ascenso es la que mejor retrata nuestro mercado laboral.

Pero la dura realidad cotidiana del trabajo precario no debe ocultar algunos efectos que ya se observan y que agravarán en el futuro los problemas tanto en el ámbito personal como en el colectivo.

Una de las realidades de este trabajo precario actual es que se sostiene sobre el ahorro generado antes de la crisis. Es decir, en numerosos casos, se sobrevive con estos sueldos bajos e inseguros porque una buena parte de la vivienda es en propiedad y el apoyo familiar, producto del ahorro pasado, permite afrontar los gastos mínimos imprescindibles. Los sueldos actuales no alcanzan a reponer, y no se vislumbra en el medio plazo, los recursos generados en tiempos pasados. Los datos señalan que el tamaño de los hogares está aumentando (y no es por el crecimiento de la natalidad) por un fenómeno de reagrupamiento familiar. Se observa también que en estos momentos tener un trabajo no asegura la salida de la pobreza relativa, esa que se mide como la dificultad de llevar una vida normal por debajo de un determinado nivel. Esa idea de que la mejor política social es el empleo, el precariado la relativiza cuando no la contradice abiertamente.

Pero la precarización tiene otras importantes consecuencias económicas y sociales. En primer lugar, la continuidad de las reducciones salariales va a minimizar la capacidad de ahorro de la "clase media asalariada", con implicaciones negativas para las inversiones presentes y futuras y para atender el futuro económico de una sociedad que envejece. En segundo lugar, el estímulo y el desarrollo del trabajo precario representa un desincentivo para la modernización de las empresas y para que estas busquen un modelo competitivo basado en una mayor capitalización tanto tecnológica como humana.

Los resultados de las políticas europeas de devaluación interna tienen en el largo plazo, si se nos apura, peores consecuencias que en el corto. En el corto plazo, es el deterioro de las condiciones de vida y la depauperación; en el largo podría ser el enquistamiento de un modelo productivo débil que genere una sociedad desigual y empobrecida.

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