viernes, 12 de abril de 2013

Adiós a la enemiga del Estado de bienestar

Santos M. Ruesga, artículo publicado en El Confidencial (9 de abril de 2013)

Salvando las distancias, que son muchas y no sólo temporales, el óbito de la que fuera primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990, nos trae a la imaginación ciertas concomitancias entre lo que vimos venir desde el otro lado del Canal de la Mancha y lo que hoy vemos llegar aquende los Pirineos. Cuando por estos lares aún nos estábamos desprendiendo de las legañas acumuladas durante 40 años de dictadura franquista y haciendo nuestros primeros pinitos de democracia política y social, en la Pérfida Albión se afilaban las armas para abrir el camino a una nueva estrategia política que, en el terreno socioeconómico, abrió la puerta a otra forma de entender las relaciones financieras y comerciales entre los diferentes sujetos de las sociedades humanas.

Mientras aquí nos afanábamos en pactar para reformar una herencia económica muy poco boyante, anclada en el nacionalismos más rancio, para abrir camino a un modo de democracia política, social y económica, en el Reino Unido se desbrozaba el camino para la aplicación de políticas de oferta, que supondrían el contrapunto de las políticas keynesianas practicadas por tirios y troyanos, léase conservadores y socialdemócratas, de las dos décadas previas. Y es que la crisis del petróleo iniciada en 1973, y replicada seis años más tarde con una inusual y estratosférica elevación del precio de esta materia prima básica, puso en jaque los principios más elementales de la política económica que se habían venido practicando con un éxito incuestionable tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Las recetas de corte keynesiano se tornaron inefectivas ante la conjunción de elevadas tasas de inflación y desconocidos niveles de desempleo, lo que por aquel entonces comenzó a denominarse “estanflación”, aludiendo a la presencia simultánea de estancamiento económico con intensas elevaciones de los precios. En este interregno de la primera mitad de los años setenta del pasado siglo fueron ganando audiencia las voces que clamaban ya desde hacía años, desde las academias y desde numerosos centros de asesoramiento político, por una forma alternativa de entender la dinámica de las relaciones económicas, otorgando su preeminencia al mecanismo del mercado por encima de la intervención del Estado en esta materia, instrumento clave del pensamiento básico, entonces hegemónico.


Tal enfoque acudía al mercado como piedra filosofal que podría resolver de formaeficiente todos los males que aquejaban a la economía, suspendiendo la presencia pública de la misma o limitándola a cuestiones puramente testimoniales, relacionadas más bien con el orden interior y la defensa. Así pues, los problemas del estancamiento económico no estarían relacionados con la debilidad de una demanda agregada que pudiera ser estimulada con la expansión de los gastos públicos, sino con el bloqueo del sistema proveniente, por el lado de la oferta productiva, de la multiplicidad de regulaciones y de intervenciones estatales que estaría impidiendo el libre y eficiente funcionamiento de los mercados. Discurso que, apoyado en una parte de los economistas clásicos de los dos siglos precedentes y articulado desde la academia de Estados Unidos por toda una generación de destacados economistas, con Milton Friedman entre los más laureados, pero con los prolegómenos de centroeuropeos como Von Mises o su discípulo Hayek y los componentes de la denominada Escuela de Viena, se extenderá por los más variados derroteros, desde los años setenta del siglo pasado, como la verdad 'científica' incuestionable de los economistas.

La expansión de esta interpretación de los hechos económicos y su penetración en la esfera de la política abriría el camino a un nuevo modo de gestionarlos. Y en ello la señora Thatcher fue una avant la lettre. Incluso con la oposición inicial de una parte de su propio partido, el conservador, el Gobierno británico liderado por la baronesaThatcher de Kesteven articulará una estrategia de recuperación frente a la crisis del petróleo en línea con los dictados de la teoría económica de la oferta.

La desregularización del sector financiero 

El perfil de tal estrategia dibujaba tres grandes líneas de reforma del entramado económico institucional. El impulso a la desregulación del sector financiero, inicio, sin duda, de una etapa expansiva de la City londinense; la flexibilización del mercado de trabajo, lo que arrastraba una batalla furibunda contra el poder sindical, artífice de todos los males imaginables en la economía y en la democracia británicas en la visión thatcheriana, y finalmente, un ambicioso programa de desmantelamiento del Estado económico y social construido en las décadas precedentes, centrado, de forma casi obsesiva, en la privatización de empresas de titularidad pública y servicios sociales de todo orden.

La experiencia británica pronto prenderá al otro lado del Atlántico, con la llegada a la Casa Blanca, en enero de 1981, del antiguo miembro de la comunidad cinematográfica, Ronald Reagan, quien expandirá los principios de la “economía de la oferta”, con el aparataje instrumental de los modelos neoclásicos, allende de sus fronteras, a través de la influencia preferente sobre los organismos financieros internacionales, en particular el Fondo Monetario Internacional.

Es el inicio de una larga trayectoria que cubre ya más de tres décadas de políticas económicas ancladas en la preeminencia del mercado y denostando la intervención pública en los entresijos de la economía. Como empezamos a observar hoy, allí donde se aplican estos tipos de recetas en un periodo relativamente corto de tiempo se obtiene como resultado, entre otros, un ascendente desequilibrio en la distribución de la renta, sin duda uno de los objetivos buscados por tales formas de actuar, que no son precisamente la antesala de un crecimiento económico sostenido en el tiempo. El declive que la economía británica y, de modo más acusado, de sus clases menos afortunadas, no es ajeno, sino todo lo contrario, a el cambio de rumbo que introdujo en la política económica la líder ayer fallecida. Pero al parecer la historia enseña poco y nos encontramos a lo largo y ancho de la Unión Europea un postrer pupilaje de la señora Thatcher, embelasados con la aplicación de sus más idiosincráticas fórmulas de desmantelamiento del Estado de bienestar que tan tarde y raquítico llegó por estos pagos ibéricos.

Descanse en paz la señora Margaret Thatcher, y guarde consigo en su descanso eterno el discurso político económico que aún hoy arrastra a la economía mundial al caos no coordinado que estamos padeciendo.

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