martes, 27 de enero de 2015

La bomba demográfica

Santos M. Ruesga y José Manuel Lasierra - artículo publicado en El periódico de Aragón

En el año 1991, el Instituto Nacional de Estadística estimaba que la población española alcanzaría los 40 millones en el año 2000, y así fue, y que en 2050 seríamos….¡30 millones! ¿Se equivocaba el INE? Las proyecciones demográficas, basadas en la evolución vegetativa, son bastante fiables, a pesar de que toman largos periodos en sus estimaciones. Lo que pasó fue lo que ya sabemos: desde 1995 experimentamos un proceso inmigratorio sin precedentes en nuestro país.
Augusto Plató con easel.ly
¿Qué nos espera? De momento llevamos ya dos años perdiendo población. No sabemos lo que va a ocurrir en el inmediato futuro pero sí que podemos aventurar el cómo responde una población sin futuro y sin oportunidades. Si los españoles, con raíces en sus ciudades, pueblos y entornos familiares y afectivos, emigran, es fácil imaginar la respuesta de la inmigración de estos años pasados.

¿Qué consecuencias puede tener la caída de la población? A tenor de las preocupaciones de la ciudadanía y de los representantes políticos sobre el tema, el problema tiene poca importancia. El asunto sólo ocupa a cuatro estudiosos del tema y poco más. Sin embargo, el problema es importante. Imagínense un país en 2050 de 40 millones (lo ocurrido en estos años ya no nos dejará en 30 millones para esas fechas) con una pirámide poblacional casi invertida, que puede significar más de media población por encima de los 65 años.


Cuando se habla de modelos sociales en Europa, hay un cierto consenso en señalar que la familia es un elemento esencial del modelo social de la Europa meridional. En este modelo, del cuidado de ancianos y otras personas dependientes se ocupaba tradicionalmente la familia y principalmente la mujer. La tardía pero acelerada incorporación de la mujer al mercado del trabajo, cada vez hacía más difícil y más costoso mantener este esquema en términos de bienestar familiar. La ley de la dependencia en nuestro país pretendía cubrir con diversas prestaciones esa pérdida de bienestar familiar. Se entendía que los gastos de los cuidados de larga duración no podían correr a cargo de las familias y debían distribuirse más parejamente entre toda la sociedad. Ya conocemos los importantes recortes que se han producido en esa materia en estos últimos años.

Pero la relación entre modelo social y declive demográfico no acaba con los ajustes en las políticas sociales. Hace unos días en los medios aparecía una noticia que ha pasado bastante desapercibida. Holanda, que no es precisamente el referente del modelo económico ultraliberal, anunciaba un recorte intenso en los recursos públicos destinados a financiar los servicios sociales y su transferencia a los municipios. La crónica señalaba que tras casi medio siglo de funcionamiento intensivo, el Estado de Bienestar cambiaba de nombre y pasaba a llamarse “sociedad participativa” (tomen nota del término). El paso significa recortes presupuestarios e importantes cambios para la ciudadanía. Desde el 1 de enero, la ayuda a los ancianos y las personas dependientes, incluidos los niños y discapacitados, se va a convertir en una “obligación moral” para familias, amigos y vecinos. Para tranquilidad de los ciudadanos, el incumplimiento de este nuevo deber no estará penalizado, al menos por el momento. Sólo cuando la situación sea insostenible, las personas que no se valgan por sí mismas podrán acceder a un centro subvencionado.

O sea que mientras nosotros tratábamos de ir hacia un esquema que, sin olvidar la presencia familiar, tuviera mayores dosis de profesionalidad y coberturas públicas, algunos veteranos del Estado del Bienestar vuelven hacia el Sur, impulsando un modelo social en el que la familia o quien sea, amigos y vecinos, debe asumir esas tareas. Es aquí, entre otros aspectos, cuando la caída demográfica puede tener graves consecuencias para la sociedad y la economía española. El menor tamaño de las familias en la actualidad y en el futuro sin duda va en contra de la aplicación de este modelo social basado en la familia.

Las bajísimas tasas de fecundidad señalan que tanto la aspiración de las mujeres jóvenes a la realización personal y a la igualdad entre sexos, como la carga tan exagerada de un desempleo masivo y la inseguridad laboral que recae, especialmente, sobre los jóvenes en nuestro mercado de trabajo,  minan la sostenibilidad de este modelo social. La jungla laboral a la que se enfrenta la sociedad actual en España y en muchos países europeos, especialmente los jóvenes, constituye un obstáculo abrumador para la perduración del modelo social de la Europa meridional. Al mismo tiempo, los cambios más generales habidos en los valores culturales, es decir, los nuevos estilos de vida de las generaciones jóvenes, han modificado las preferencias individuales y anteponen la lucha por el éxito profesional frente al propósito de tener hijos, bajo el modelo familiar que sea.

Pero no se preocupen por el problema demográfico. Como dijo un ministro del gobierno actual, la mejor política social es la generación de empleo y ya saben que nuestro mercado de trabajo de esto va sobrado. Creamos mucho empleo, el desempleo casi no existe, los salarios no solo son espectaculares sino que suben a ritmo de cohete galáctico, todo lo que permite ”comprar” o financiar con impuestos los servicios sociales que necesitemos. Por si esto no bastara, nuestros horarios, jornadas y condiciones de trabajo facilitan que se pueda compatibilizar el trabajo con las obligaciones familiares y ciudadanas ¿De qué se quejan algunos?

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