martes, 7 de mayo de 2013

José Luis Sampedro: el río que nos lleva

Santos M. Ruesga, Universidad Autónoma de Madrid (artículo publicado en Correo del Sur, nº 333, mayo 2013)  

No sólo es el título de un libro del recientemente fallecido economista, literato y, singularmente humanista José Luis Sampedro. “El río que nos lleva”, título de su primera novela escrita, que no publicada, es una metáfora de su propia vida, o al menos de cómo él quiso que fuere su propia existencia y, a tenor de sus propias declaraciones en los últimos días de su larga vida, así lo alcanzó. Una vida plena de disfrute de uno mismo y del mundo que nos rodea, de la existencia en sí misma, en suma del día a día. Una vida con los demás y, compartiendo, para los demás. Una vida que llegó a la planicie marina hace unos días. 

Foto: Nacho Pérez.
Trascendiendo a la oscura sombra que nos proyecta la medieval metáfora del río del poeta Jorge Manrique (“Coplas a la muerte de su padre”), más allá también del pesimismo cristiano que ennegrece el paso por la vida del ser humano, la visión de José Luis Sampedro significa una explosión de vitalidad, donde cada gota de agua del río que nos lleva disfruta de su caminar en el torrente, en compañía de otros tantos millones de gotas, sin cuyo concurso no habría río. No es contemplando “como se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando” como el ser humano alcanza su plenitud, sino en armonía con el mundo “y eso supone una vida que cursa como un río. El río trisca montañas abajo, luego se remansa y llega un punto, como estoy yo, en que acaba. Mi ambición es morir como un río, yo noto la sal”. 

Esta comprensión del mundo desde la metáfora del rio que nos lleva ilumina no solo la vida y el acercamiento a la muerte del José Luis Sampedro, sino que la encontramos a lo largo de su obra literaria, también de la económica. 


En la obra literaria no me voy a incursionar pues, más allá de lector interesado y satisfecho con la ficción de Sampedro, no soy entendido en las lides teóricas del oficio de escribir y poca cosa sustanciosa podría aportar al lector de estas líneas. Permítame, no obstante, apuntar, a mi modo de entender la lectura, las estrechas relaciones, como no podría ser de otro modo, entre el método narrativo del profesor Sampedro y el enfoque que desde sus edades más tempranas en la docencia y en la investigación económicas adopta. Método, en ambos casos, que podríamos denominar como estructural, como comprensivo de un todo, en el que todas y cada una de las partes del mismo interactúan y son fundamentales para comprender el hecho narrativo. Sin duda, como fenómeno literario, creo que tiene bastante que ver esta forma de escribir, que nos ofrece al lector, tras recorrer con pasión e interés la trama descrita, una comprensión casi holística de todo lo que acontece en la ficción y su entorno, llevándonos más lejos, hasta la reflexión que pone al desnudo, metafísicamente hablando, a sus personajes principales y su esquema básico de interpretación de la vida. 

En el campo de la Economía, el profesor Sampedro es un avanzado en su tiempo. Durante los negros años del franquismo, cuando nuestras facultades de Economía eran un remedo de Escuelas de Comercio y cualquier aproximación al debate económico que recorriera los centros académicos de Latinoamérica era interpretado en la península ibérica como una actividad subversiva, José Luis Sampedro nos introdujo en el “análisis estructural”, abriendo el camino a la incorporación de este método científico en Economía, antes incluso de que tal enfoque proliferara por las universidades del continente suramericano, a partir de Prebisch y el grupo de economistas que en el entorno de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) fueron dibujando lo que más tarde se denominaría la teoría de la dependencia, al incorporar el análisis estructural al estudio de los problemas del subdesarrollo. Como comenta un colega y amigo, Carlos Berzosa, que fuera Rector hace unos años de la Universidad Complutense de Madrid y uno de los colaboradores más cercanos del profesor Sampedro, en un reciente artículo-homenaje a su figura, “desarrolló el concepto de Estructura Económica, que en la ciencia económica ya usaban algunos autores, pero en el que aportó novedades, convirtiendo esta categoría en un instrumento esencial para analizar la realidad que a su vez concebía configurada como estructura”. Concepto que convertido en pilar de una forma de analizar la realidad, de un enfoque teórico, constituirá un eje continuo en su producción científica en el campo de la economía. Ya en el año 1959 había publicado “Realidad económica y análisis estructural”, que una década más tarde se transmutará en un manual de Estructura Económica (escrito en colaboración con unos de sus alumnos, Rafael Martínez Cortiña, querido amigo y maestro, fallecido ya hace unos años) que durante un par de décadas circuló como manual de referencia por las facultades españolas de Economía; en él se compendiaba lo esencial de su concepción del concepto de Estructura, su traslación al análisis económico y su aplicación al estudio e interpretación detallados de la realidad económica mundial de ese momento. Su posterior trabajo “las fuerzas económicas de nuestro tiempo” constituye una excelente prolegómeno de lo que será un largo magisterio, si bien con una no muy prolífica producción escrita, pero suficiente para haberse convertido en uno de los referentes de la Economía Política en España y también, en buena medida, en Latinoamérica. Precisamente en esta obra, reivindicando la labor de J.M. Keynes, Sampedro reclama el retorno a la Economía Política, al análisis de las relaciones económicas desde una perspectiva humana, sujetas en su definición a las lógicas arbitrariedades que caracterizan a toda decisión social, para mejor comprender un conjunto de relaciones que se establecen entre los sujetos sociales y, en suma, para facilitar la toma de decisiones que se orienten por y para la mejora de las condiciones materiales de los humanos. Por eso le preocupa de forma primordial la interpretación de los problemas relacionados con el subdesarrollo (“conciencia del subdesarrollo”, 1972, texto que reeditará actualizado con Carlos Berzosa, ya en el siglo actual). 

La concepción de la economía como Ciencia no le propende a aislarse de la realidad social en la que se materializan las relaciones económicas, financieras y comerciales, sino todo lo contrario. Lo que le lleva a plantearse la necesaria reforma de los supuestos básicos de la ciencia económica convencional, poniendo en cuestión la capacidad de ordenación óptima de la actividad económica derivada del principio de maximización del beneficio o de la utilidad individuales, que constituye el fundamento epistemológico básico del paradigma de esta ciencia, en su enfoque neoclásico. A juicio del profesor Sampedro “lo esencial del capitalismo no está en que utilice el mercado mucho más que el plan. Lo fundamental es su creencia de que, gracias a la competencia privada, cuanto más egoístamente se comporte cada individuo, tanto más contribuirá al progreso colectivo. Por tanto, es deseable que cada uno aumente al máximo su beneficio a costa de quien sea y a partir de esa creencia se pasa insensiblemente a pensar que en la vida solo importa lo que produce ganancia monetaria. Así se desprestigian todas las aptitudes cuyos móviles no sean los económicos; es decir lo que no cotiza en el mercado no tiene valor.” Más plásticamente expresa esta reflexión señalando que “en el altar mayor son adorados el Becerro de Oro y su pareja la Técnica, santa madre de la productividad multiplicadora de los beneficios, de la que se espera la solución de todos los problemas. Los capitalistas y sus técnicos cuidan de ese altar, controlando los medios de producción y repitiéndonos a los fieles –reducidos a meros productores/consumidores- que lo que no vale dinero no merece la pena” (Desde la Frontera, discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua). 

Lo que trasladado a las economías más avanzadas significa socavar “los sentimientos propios de las sociedades tradicionales y los sigue socavando en el Tercer Mundo”, levantando “el permanente foso entre los que derrochan y los que no tienen, entre los dueños del poder y los sometidos a él”. Pensamiento que le lleva incluso a cuestionar los fundamentos del modelo económico que parecía constituir la alternativa de organización social al capitalismo en aquellas décadas de las segunda parte del siglo pasado, el comunismo. Frente a este modelo de organización social, Sampedro arguye que “solo consiguió imponer una solidaridad forzosa, triste simulacro de la que debe ser interna y auténticamente vivida”. 

Así pues, resulta urgente, a su modo de ver, reformar a fondo los supuestos básicos de la ciencia económica, que si bien, es justo reconocer, ha progresado mucho en sus aspectos formales, especialmente en sus técnicas instrumentales, muestra un enorme distanciamiento de las complejidades vitales, tendiendo a una ciencia que, si no facción, podría llamarse “novelesca (escrita con b)”. 

Tras esta visión crítica de la Economía como ciencia, abriendo el espacio a la misma a los nuevos enfoques del nuevo estructuralismo que transitan por el concepto de socioeconomía, el profesor Sampedro recupera el debate sobre ética y economía, tan antiguo como la propia Economía como ciencia social. Los padres fundadores de la ciencia económica (desde la Escuela de Salamanca hasta Adam Smith) se acercaban al análisis de los fenómenos económicos con las herramientas que se habían desarrollado en el terreno de la filosofía moral o de la ética. Porque de modo persistente e insistente los economistas a lo largo de más de dos siglos, hasta que los modelos de equilibrio general expulsaron del pensamiento económico cualquier consideración ajena al interés crematístico individual, se han interrogado sobre los límites éticos de la actividad económica. Tal como apuntaba hace algunos años el premio Nobel de Economía, Amartya Sen “cabe preguntarse entonces si ese “esclarecido” interés propio es suficiente para lograr una ética del comportamiento. [Adam] Smith no lo creía así y por ello siguió recalcando la importancia de otras virtudes que van mucho más allá de la prudencia, entre ellas la ‘comprensión’, la ‘generosidad’ y el ‘actuar en función del colectivo’”. 

Y es aquí donde la Ética emerge no solo como elemento instrumental en el quehacer económico, sino también como variable finalista entendida como “recurso para mejorar las gestiones y el gobierno”. 

Para José Luis Sampedro, el desarrollo económico, tal como ahora se concibe, está pensando solo en la rentabilidad. “Lo importante son estas tres palabras: productividad, competitividad e innovación. En vez de productividad, propongo vitalidad, en vez de competitividad, cooperación y frente a esa innovación que consiste en inventar cosas para venderlas, creación. Y, sin embargo, en su esquema de pensamiento “el desarrollo humano sería el que condujera a que cesaran las luchas y supiéramos tolerarnos. Y ser libres, pero todos, porque la libertad o es de todos o no es.” Y es que “aparte de que el mercado perfecto no ha existido ni podrá existir nunca, sólo los ingenuos y algún premio Nobel de economía llegan a creer que nuestro mercado encarna la libertad de elegir, olvidando algo tan obvio que sin dinero no es posible elegir nada”, en consecuencia, “el mercado no da la libertad”. 

La crítica profunda y radical del profesor Sampedro a la organización económica que informa, condiciona e invade todas las relaciones sociales, va más allá de los límites del capitalismo y su conceptualización por la ciencia económica convencional. Su espíritu crítico se volvió hace ya años también hacia Oriente, denostando los modelos económicos de planificación , tal como hemos señalado unos párrafos más arriba. Y ahora, en el presente conflictivo, lejos ya de la confrontación a escala planetaria que supuso la época del Telón de Acero, no tiene modelo alternativo que ofrecer, precisamente porque su discurso se aleja de los esquemas cerrados, dogmáticos y alerta contra los nuevos totalitarismos anclados en la hegemonía de la globalización financiera (“el dinero y sus dueños tienen más poder que los gobiernos”). Por ello aboga por resistirse a que la “carrera por el dinero domine nuestras vidas” e incita junto con Stéphane Hessel a los más jóvenes a indignarse (el “abuelo de los indignados”, le apelaba la prensa española en estos últimos meses) y a rebelarse contra los que atentan contra los logros de las sociedades avanzadas, en el terreno del Bienestar y de la participación democrática, contra quienes en aras de la eficiencia (mercantil), del beneficio individual, están destruyendo paulatinamente los equilibrios sociales mas profundos alcanzados a lo largo de los últimos siglos. 

José Luis Sampedro creía en la posibilidad de frenar la barbarie a la que nos conducen inexorablemente las actuales reglas del juego que tratan de ordenar (o desordenar) el mundo de las relaciones sociales y económicas; esperaba que el actual régimen de ordenación tuviera fecha de caducidad y nos señalaba que “quienes creemos que la humanidad evoluciona en espiral, repitiendo su paso por los mismos ejes, aunque a distancia crecientes del centro, recordamos que así cayeron antes todos los imperios”. Para abrir camino a la esperanza sustentada en una “economía humanista” que ponga en el eje de sus discursos y su método el desarrollo humano, asentado en la libertad de los individuos y en el respeto a la colectividad en la que ineluctablemente se inserta y relaciona. 

Sin duda, el maestro José Luis Sampedro habría disfrutado intelectualmente mucho estos días observando, como a él le gustaba hacer, la polémica levantada en torno al artículo de Reinhart-Rogoff, sobre los errores de cálculo en el análisis de la relación deuda pública con el crecimiento económico; pero también mostraría su semblante más entristecido comprobando cómo la soberbia de los economistas del “main stream”, de la corriente ortodoxa dominante en el pensamiento económico en las últimas décadas, ha contribuido a justificar una larga serie de despropósitos en la política económica más reciente, la pontificación de las denominadas políticas de austeridad, en los países desarrollados, particularmente en los europeos, que están colocando a numerosas economías nacionales al borde del precipicio. La deificación de la matemática como elemento esencial de la economía formal que nos invade está llevando, en connivencia de discursos interesados de los grupos financieros hoy arrogantemente dominantes, a que la economía pierda todo contacto con la realidad social en degradación. Lo humano deja de ser el centro del pensamiento, sustituido por la hegemonía de los intereses de unos pocos. Pero, aún así es posible disfrutar de “el río que nos lleva” y sopesar la esperanza de un horizonte libre de estas gabelas para los humanos.

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