martes, 13 de marzo de 2012

Recortes que importan y recortes que no importan

Las últimas estadísticas publicadas de las cuentas nacionales para los países europeos confirman que la moderada recuperación iniciada en 2010 era un mero espejismo. En el último trimestre de 2011 las tasas de variación intertrimestral del PIB señalan un descenso de la actividad económica en toda Europa. En España, la bajada se cifra en un 0,3%, de igual valor que en la Zona Euro y en la Unión Europea de los 27. 

Mientras que algunos siguen culpando de esta recaída a los países del sur de Europa por su elevado déficit público y la excesiva regulación de sus mercados, especialmente el de trabajo, lo cierto es que las previsiones económicas publicadas por la Comisión Europea el pasado febrero son pesimistas para el conjunto de Europa, y no sólo para los países periféricos. 

Desde un análisis estrictamente económico, más bien parece que las políticas fiscales restrictivas o contractivas, sorprendentemente ahora llamadas políticas de estabilidad económica, están teniendo sus previsibles efectos (contracción del PIB vía demanda agregada), aunque siguen con dificultades para lograr su objetivo (reducir el déficit). No parece que a los gobiernos europeos les esté resultando difícil recortar el volumen de gastos; lo realmente complicado es, en un entorno de estancamiento de la actividad económica, aumentar o mantener los ingresos para lograr disminuir la diferencia, es decir, el déficit. 

Así que, tanto la recuperación como la reducción del déficit público pasan por la necesidad de aumentar la actividad económica. Algo que en España, y según el gobierno, no va a suceder próximamente. Al contrario, el cuadro macro presentado hace unos días refleja claramente el deterioro del PIB, en todos sus componentes, con el negativo efecto que esto supone para el empleo.

Fuente: Ministerio de Economía y Competitividad.

Del escenario presentado, no sorprende –aunque sí asusta- el ajuste previsto para el gasto en consumo de las Administraciones Públicas, ni la caída de la inversión (dadas las malas expectativas y los recortes del gasto en obra pública), ni el descenso de las exportaciones (en vista de las previsiones publicadas para nuestros clientes europeos), ni el de las importaciones (debido a la reducción de la actividad económica), ni tampoco la mayor destrucción de empleo y el aumento de la tasa de paro (¡a pesar de la “necesaria” reforma laboral!). 

Lo que resulta incoherente del escenario es que el consumo de las familias decrezca sólo un 1,4%. Un dato muy optimista si consideramos la pérdida de más empleos, la práctica congelación de salarios y su reducción para los empleados públicos, la subida del IRPF, el aumento del IBI, la posible desaparición de algunos subsidios y el no descartable incremento del IVA. Y no hay que olvidar que esta variable ocupa casi un 60% del PIB (frente al 30% que pesan las exportaciones). 

Quizá sea aquí donde el gobierno y las empresas se lleven una desagradable sorpresa. Les convendría revisar el papel del consumo de las familias en la economía. Modelos como el del multiplicador keynesiano señalan la trascendencia de esta variable en el ciclo: si la renta disponible de las familias baja, el consumo caerá, afectando a los resultados de las empresas, que recortarán producción y empleo, con el consiguiente nuevo descenso de la renta de las familias y nuevos ajustes en su consumo. 

Un círculo vicioso difícil de romper ante la única preocupación de los gobiernos europeos (el español incluido): la reducción del déficit público y la introducción de reformas estructurales. Y a nadie parece importar el recorte del gasto de las familias.

Ana I. Viñas Apaolaza - Augusto Plató

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